Aún se le reprocha a la danza su aislamiento, el asentamiento en modos convencionales de creación, la falta de un discurso propio. La danza contemporánea mexicana se estancó, y la responsabilidad es de todos aquellos que estamos vinculamos a ella. Por un lado, el apego a cierta tradición limitó las miradas curiosas. Por el otro, siguieron desarrollándose investigaciones relacionadas con recursos escénicos multidisciplinarios. Se puede afirmar que la transdisciplinariedad de la que tanto se ha hablado y que tanto se ha perseguido en las últimas décadas existe en un nivel formal, pero ¿se trabaja en generar lenguajes corporales propios en los que una búsqueda igualmente intensa se vea reflejada?, ¿existe interés en lenguajes que escapen a la visión convencional de la dupla bailarín-técnico?, ¿nos hemos cuestionado suficientemente lo que hacemos con la danza? Sería absurdo generalizar, pues para hablar de la danza contemporánea ésta debe entenderse desde su diversidad y su veloz transformación. Pero algo está pasando. Las propuestas se multiplican de manera heterogénea, tanto en sus maneras de abordar el cuerpo como en sus modos de actuar dentro de un medio tremendamente fragmentado. La danza está bailando.
Temblando, incluso. Se desplomaron diversas estructuras; algunos se cansaron, otros se revelaron. Una mirada política de la disciplina está emergiendo desde sus profundidades. La semilla fue plantada hace tiempo, pero sus frutos eran escasos en un marco de producción y creación bastante protegido, arropado por las instituciones públicas. Es cambio es aún confuso, pero es claro que están apareciendo iniciativas arriesgadas cuyas preocupaciones responden al agotamiento de ciertas maneras de proceder, de crear. Algunas propuestas radicales están dispuestas a asumir las consecuencias. No es casualidad que el polémico Mårten Spångberg visite nuestro país en junio, que el premio de coreografía INBA-UNAM esté buscando otras estructuras, que el salón de la dirección de danza de la UNAM esté en ebullición.
En el aire está dejando de flotar la condescendencia coreográfica. Se está dejando de asumir que el público va a soportar la formalidad eternamente. Se está pensando desde una realidad latinoamericana un poco más dispuesta a desaprender y a alejarse de una tradición que más que académica es academicista.